viernes, 27 de enero de 2023

La oscuridad total precede al amanecer

Natsume Sôseki, El minero.

Editorial Impedimenta,  Madrid, 2016

    En noviembre de 1907, un estudiante llamado Arai hizo una visita al célebre escritor Natsume Sôseki y le relató su desdichada experiencia. Había sufrido un fuerte desengaño amoroso, tras el cual decidió abandonarlo todo y escapar hacia el norte, con el ánimo por los suelos, sin un rumbo determinado. Acabó siendo contratado en la mina de cobre de Ashio, en la prefectura de Tochigi, conocida por las infrahumanas condiciones en las que allí se trabajaba. El estudiante pretendía que el novelista usara el amargo episodio de su historia de amor en alguno de sus libros; poco después, Sôseki empezó a publicar por entregas en el diario Asahi Shinbun la historia de este estudiante centrándose exclusivamente en su viaje a la mina.

El minero es una novela innovadora en la que el autor vuelve a usar el estilo introspectivo de narración en primera persona con un ligero tono filosófico ya ensayado anteriormente en otras obras como Almohada de hierba (1906). No recibió buenas críticas en su momento, pero hoy se considera una obra vanguardista para su época y ha sido especialmente alabada por Haruki Murakami, quien la cita en su Kafka en la orilla. Los admiradores de la obra de Murakami encontrarán en El minero algunas claves que explican por qué Sôseki es el narrador preferido del popular novelista japonés y, para muchos críticos, el mejor escritor de las letras modernas de Japón.

        Una de estas claves es el protagonista, un joven inseguro y sensible con quien el lector empatiza fácilmente; de familia acomodada, se encuentra a sus 19 años en plena crisis existencial y decide huir de su familia, de las dos mujeres a las que amó en su día, del mundo entre algodones en el que siempre ha vivido. Asqueado de todo, harto de la insoportable presión social que sufría en Tokio, huye de su pasado y emprende un viaje hacia la nada dándole vueltas a la idea de quitarse la vida. En realidad, se trata de un viaje hacia el fondo de sí mismo, como él mismo comprobará cuando se encuentre en la situación de descender a las oscuras profundidades de una mina de cobre. Una imagen, por cierto, muy murakamiana: el pozo como metáfora de la insondable profundidad del alma humana. En este caso, más que un pozo es una interminable sucesión de galerías, algunas de ellas inundadas de agua, otras tan estrechas que obligan a caminar a gatas, por las que el protagonista tiene que moverse acompañado por un minero que le guía con el fin de darle a conocer el entorno de la mina antes de aceptar el trabajo que le han ofrecido. La bajada a las galerías más profundas de la mina, para una persona como él, que nunca en su vida había padecido una necesidad, es la culminación del sufrimiento. Ya sufrió lo indecible durante el largo camino -primero en tren, luego a pie- que hubo de emprender para llegar a la mina. A su llegada al recinto, las duras condiciones de vida de los trabajadores, la suciedad, el frío, la pésima calidad de la comida, los edredones infestados de chinches y sobre todo la crueldad y rudeza de los mineros, que se burlan de él nada más lo ven llegar, se imponen con una contundencia tal, que toda su existencia se ve sacudida. Ante el reto formidable al que se ve enfrentado de pronto, se sentirá obligado a salvar su propia dignidad, en parte por instinto de supervivencia, en parte como un paso más de su huida hacia ninguna parte. Y así, en aquel lugar remoto, donde mueren media docena de trabajadores cada semana, se empeñará en convertirse en minero y asumir con la mayor radicalidad el riesgo de estar vivo.

Por su temática podría parecer una novela de realismo social a la manera de Dickens o Zola, pero Sôseki se aleja deliberadamente de la literatura naturalista y vuelve a ensayar en esta obra, como ya hemos apuntado, el despliegue narrativo de la conciencia de un personaje que relata sus vivencias en primera persona sin eludir sus contradicciones y vaivenes emocionales. Un estilo más propio de una Bildungsroman o novela de aprendizaje en la que el lector asiste a la transformación interior de un joven que, en el tránsito de su peculiar bajada a los infiernos, entra en contacto con la realidad más dura y, como si hubiera vuelto a nacer, cambia su forma de ver la vida. 

La impecable traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, sumada a la cuidada edición de Impedimenta, hacen de la lectura de esta novela una delicia que ningún admirador de Natsume Sôseki, y por extensión de Haruki Murakami, debería perderse.


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Publicado en Eikyô. Influencias japonesas, nº 26.

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