Aunque así lo parezca, el iki es solamente un acto de
seducción. Por la manera en que hasta ahora lo hemos considerado, como
«fenómeno de conciencia», no estamos hablando de un hecho o una acción (la de
un tipo especial de coquetería, por ejemplo), sino, como decíamos en un post anterior,
de una pura actividad de la mente; en concreto, de esa inaprensible actividad
mental que es el gusto estético. Desde la tradición ilustrada se entiende que
el gusto es un modo de apreciación en el que intervienen diferentes dosis de
sensibilidad, percepción, imaginación, contemplación y emoción estéticos, que
sirve de condición de posibilidad para hacer juicios reflexivos sobre las obras
de arte. Pues bien, una vez analizada conceptualmente esta forma del gusto, que
no olvidemos ha sido presentada por Kuki como modo específico de ser de la
cultura japonesa, cabe observar cómo se objetiva en sus expresiones naturales y
artísticas. Ya no se trata, pues, de considerar el iki como fenómeno de conciencia, sino como un modo de ser objetivado. Para ser más claro: el gusto se plasma,
se expresa, se manifiesta en resultados concretos. Kuki clasifica dos tipos de
objetivación de lo iki: en las
expresiones naturales de las personas y en las obras de arte1.
Para comprender la estética tradicional de Japón nos van a
ser más útiles las objetivaciones artísticas, pero no hemos de pasar por alto
las “naturales”. Aunque éstas tienen un valor anecdótico, dejan entrever cómo la
sensibilidad iki se puede apreciar
hasta en los detalles mínimos de la vida cotidiana.
Para empezar, el gusto iki se expresa en la entonación al
hablar, en la dicción. Hay una peculiar manera, espontánea y desprovista de
afectación, de entonar la terminación de las palabras en japonés; consiste en
alargar la pronunciación de una palabra estirando un poco sus sílabas para,
justo al final, subir levemente el tono y cortar drásticamente al término de la
palabra. Esa oposición entre el alargamiento y el corte final es una expresión
de la sensibilidad seductora de lo iki
que capta el oído.
En los gestos del cuerpo, y
muy especialmente en los gestos faciales, lo iki puede ser captado por la vista. Hay iki en los movimientos seductores de un cuerpo cuando sugiere una
ligera ruptura del equilibrio, y más todavía si el cuerpo se adivina a través
de tejidos de seda fina, como es posible apreciar en las famosas estampas del
«mundo flotante»2,
en las que las telas de los quimonos parecen dotar a las figuras de grácil
movilidad. Lo hay en la pose rutinaria de una mujer al «salir elegantemente del
baño», como también ha retratado la pintura de Utamaro. En términos generales,
la coquetería con la que puede mostrarse sin intención exhibicionista un cuerpo
semidesnudo, unida a la espiritualización de la forma que supone su esbeltez,
permiten que aflore lo iki. El autor
cita a este respecto la estilización a través del alargamiento del cuerpo que
vemos en la escultura del arte gótico y en las pinturas de El Greco como un rasgo
que dota de espiritualidad a la figura humana, y nos recuerda que eso que había
llamado «causa formal», un ingrediente de idealismo moral unido a otro de
antirrealismo religioso, ejerce un contraste añadiendo espiritualidad a la
causa material de la seducción.
En cuanto al rostro, cabe
distinguir primero su estructura: dentro de la era Tokugawa, en el periodo
Genroku (1688-1704) se apreciaba más una cara redonda y opulenta, pero en los
subsiguientes periodos Bunka (1804-1818) y Bunsei (1818-1830) el ideal fue un
rostro más estilizado que redondo, conforme a los gustos que fueron imponiendo
los artistas plásticos, y esto se aviene mejor con el iki por las mismas razones que en el caso de un cuerpo estilizado.
Pero más importante que la estructura del rostro es la expresión del semblante.
Kuki destaca sobre todo el tipo de mirada: tiene iki la mirada seductora, no la dulce y amorosa sino la indirecta y
ladeada, y más aún si esa mirada no es fija sino expresivamente lanzada en un
movimiento ascendente o descendente de las pupilas. No habla de una mirada
tímida o cohibida, ni tampoco de otra semioculta bajo el parpadeo, sino de
aquella que resulta abiertamente reveladora: «Para tener iki, los ojos han de estremecer a través de ese brillo con el que
todo encanto se actualiza de manera inevitable, y las pupilas han de hablar
poderosamente y sin palabras de una etérea renuncia y un imperioso ánimo»3.
Cuello maquillado de una geisha |
Igualmente es significativo el movimiento de los pies
asomando bajo la falda del quimono, y más aún lo son las posturas de las manos
que emergen bajo las mangas. Las manos son casi tan reveladoras del carácter
individual como el rostro, y tienen por ello un gran potencial de expresión
seductora, como en el caso de muchas mujeres que con sólo su habilidad en el
“desinteresado” juego postural de las manos son perfectamente capaces de
fascinar a un hombre.
[1]
Se trata de una mera clasificación convencional
con fines divulgativos, porque se podría especular, por un lado, si el arte es
una forma de expresión vital o, por otro, si las expresiones naturales de las
personas pueden ser consideradas en algún sentido obras de arte. Kuki admite
que ésta es una cuestión extremadamente interesante y no parece muy satisfecho
de la distinción analítica entre expresión artística y expresión natural.
[2] Grabados sobre panel de madera conocidos como ukiyo-e. Aunque tienen su origen en
grabados a un solo color del siglo XVII, Kuki cita las más coloristas, de
finales del siglo XVIII, de artistas como Torii Kiyonaga y Kitagawa Utamaro.
[3] Kuki, Shûzô (1930/2007), The Structure of "Iki". Reflections on Japanese Taste. Sydney, Power Publications, pág. 77.
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