viernes, 9 de enero de 2015

Algo más que seducción. Naturalidad del gesto y la mirada

Aunque así lo parezca, el iki es solamente un acto de seducción. Por la manera en que hasta ahora lo hemos considerado, como «fenómeno de conciencia», no estamos hablando de un hecho o una acción (la de un tipo especial de coquetería, por ejemplo), sino, como decíamos en un post anterior, de una pura actividad de la mente; en concreto, de esa inaprensible actividad mental que es el gusto estético. Desde la tradición ilustrada se entiende que el gusto es un modo de apreciación en el que intervienen diferentes dosis de sensibilidad, percepción, imaginación, contemplación y emoción estéticos, que sirve de condición de posibilidad para hacer juicios reflexivos sobre las obras de arte. Pues bien, una vez analizada conceptualmente esta forma del gusto, que no olvidemos ha sido presentada por Kuki como modo específico de ser de la cultura japonesa, cabe observar cómo se objetiva en sus expresiones naturales y artísticas. Ya no se trata, pues, de considerar el iki como fenómeno de conciencia, sino como un modo de ser objetivado. Para ser más claro: el gusto se plasma, se expresa, se manifiesta en resultados concretos. Kuki clasifica dos tipos de objetivación de lo iki: en las expresiones naturales de las personas y en las obras de arte1.
           Para comprender la estética tradicional de Japón nos van a ser más útiles las objetivaciones artísticas, pero no hemos de pasar por alto las “naturales”. Aunque éstas tienen un valor anecdótico, dejan entrever cómo la sensibilidad iki se puede apreciar hasta en los detalles mínimos de la vida cotidiana.
         Para empezar, el gusto iki se expresa en la entonación al hablar, en la dicción. Hay una peculiar manera, espontánea y desprovista de afectación, de entonar la terminación de las palabras en japonés; consiste en alargar la pronunciación de una palabra estirando un poco sus sílabas para, justo al final, subir levemente el tono y cortar drásticamente al término de la palabra. Esa oposición entre el alargamiento y el corte final es una expresión de la sensibilidad seductora de lo iki que capta el oído.
         En los gestos del cuerpo, y muy especialmente en los gestos faciales, lo iki puede ser captado por la vista. Hay iki en los movimientos seductores de un cuerpo cuando sugiere una ligera ruptura del equilibrio, y más todavía si el cuerpo se adivina a través de tejidos de seda fina, como es posible apreciar en las famosas estampas del «mundo flotante»2, en las que las telas de los quimonos parecen dotar a las figuras de grácil movilidad. Lo hay en la pose rutinaria de una mujer al «salir elegantemente del baño», como también ha retratado la pintura de Utamaro. En términos generales, la coquetería con la que puede mostrarse sin intención exhibicionista un cuerpo semidesnudo, unida a la espiritualización de la forma que supone su esbeltez, permiten que aflore lo iki. El autor cita a este respecto la estilización a través del alargamiento del cuerpo que vemos en la escultura del arte gótico y en las pinturas de El Greco como un rasgo que dota de espiritualidad a la figura humana, y nos recuerda que eso que había llamado «causa formal», un ingrediente de idealismo moral unido a otro de antirrealismo religioso, ejerce un contraste añadiendo espiritualidad a la causa material de la seducción.
         En cuanto al rostro, cabe distinguir primero su estructura: dentro de la era Tokugawa, en el periodo Genroku (1688-1704) se apreciaba más una cara redonda y opulenta, pero en los subsiguientes periodos Bunka (1804-1818) y Bunsei (1818-1830) el ideal fue un rostro más estilizado que redondo, conforme a los gustos que fueron imponiendo los artistas plásticos, y esto se aviene mejor con el iki por las mismas razones que en el caso de un cuerpo estilizado. Pero más importante que la estructura del rostro es la expresión del semblante. Kuki destaca sobre todo el tipo de mirada: tiene iki la mirada seductora, no la dulce y amorosa sino la indirecta y ladeada, y más aún si esa mirada no es fija sino expresivamente lanzada en un movimiento ascendente o descendente de las pupilas. No habla de una mirada tímida o cohibida, ni tampoco de otra semioculta bajo el parpadeo, sino de aquella que resulta abiertamente reveladora: «Para tener iki, los ojos han de estremecer a través de ese brillo con el que todo encanto se actualiza de manera inevitable, y las pupilas han de hablar poderosamente y sin palabras de una etérea renuncia y un imperioso ánimo»3.
Cuello maquillado de una geisha
         Ahí no queda todo. También es importante la tensión y relajación de la boca, el movimiento de unos labios coloreados, un maquillaje solamente sugerido en las mejillas, un tipo especial de moño alto (Shimada) con premeditados desarreglos, todo ello dentro de una calculada informalidad muy propia de las cortesanas edoítas. Kuki entra en detalles cuando describe el iki en la coquetería con el que las geishas de Edo exhiben la parte posterior del cuello, decorada con un espeso maquillaje que resalta el erotismo de la nuca, o el estudiado décolletage (escote) de sus quimonos, que mediante una sutil ruptura de la simetría del vestido le indican al sexo opuesto la ruta hacia la carne.
         Igualmente es significativo el movimiento de los pies asomando bajo la falda del quimono, y más aún lo son las posturas de las manos que emergen bajo las mangas. Las manos son casi tan reveladoras del carácter individual como el rostro, y tienen por ello un gran potencial de expresión seductora, como en el caso de muchas mujeres que con sólo su habilidad en el “desinteresado” juego postural de las manos son perfectamente capaces de fascinar a un hombre.




[1] Se trata de una mera clasificación convencional con fines divulgativos, porque se podría especular, por un lado, si el arte es una forma de expresión vital o, por otro, si las expresiones naturales de las personas pueden ser consideradas en algún sentido obras de arte. Kuki admite que ésta es una cuestión extremadamente interesante y no parece muy satisfecho de la distinción analítica entre expresión artística y expresión natural.
[2] Grabados sobre panel de madera conocidos como ukiyo-e. Aunque tienen su origen en grabados a un solo color del siglo XVII, Kuki cita las más coloristas, de finales del siglo XVIII, de artistas como Torii Kiyonaga y Kitagawa Utamaro.
[3] Kuki, Shûzô (1930/2007), The Structure of "Iki"Reflections on Japanese Taste. Sydney, Power Publications, pág. 77.

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