Llegamos por fin al iki objetivado en las obras de arte.
Vaya por delante un aviso preventivo: es un error suponer que esta objetivación
permite conocer el iki. Ni en su
expresión natural ni en la artística puede uno penetrar en la estructura de
este concepto, que requiere de un análisis previo como fenómeno de conciencia (véanse las entradas anteriores).
El arte puede a lo sumo mostrar un iki
simbolizado: «Es un esfuerzo inútil empezar el estudio del iki considerando el arte o la forma natural como su expresión
objetiva»1.
La posición de nuestro autor es que el arte japonés requiere de una
interpretación previa que sólo puede facilitar el análisis conceptual de ese gusto estético firmemente arraigado en la tradición cultural, un gusto que podría
ser entendido como una mentalidad o,
en palabras del propio Kuki, un modo de
ser2.
Si echamos mano de la vieja distinción entre artes
imitativas (pintura, escultura y literatura), que emplean representaciones
concretas, y artes libres o no figurativas (diseño, arquitectura y música),
vemos que, aunque las primeras pueden representar el iki3 e ilustrarlo convenientemente, son las segundas las que mejor lo expresan. Esto
es porque si la pintura o la literatura lo convierte en contenido, lo deja de
expresar como forma. Por ejemplo, puede decirse que la famosa pintura de
Utamaro conocida como La hora del gallo
representa esa habilidad tan propia de la mujer japonesa de mostrarse atractiva
y remota al mismo tiempo4.
El iki es ahí el contenido. No es
fácil ver, entonces, el iki en otros
rasgos formales, como pudieran ser las líneas delimitadoras del dibujo, la
diluida coloración o la simplicidad del diseño compositivo. Igualmente, una
novela puede escenificar una seducción contenida, pero eso impediría apreciar
dicha cualidad en el ritmo de la prosa.
La hora del gallo, de Utamaro |
Es por ello más fácil de apreciar el fenómeno en las artes
no figurativas. Quizá donde mejor se capta es en el diseño. En el diseño de
estampados en líneas geométricas para los vestidos, la idea de relación entre dos queda mejor expresada
cuando las líneas son paralelas verticales. El gusto por las rayas verticales
en el quimono, aunque se inicia a finales del siglo XVIII, se puso plenamente
de moda en los períodos Bunka y Bunsei, ya en el XIX. La separación entre las
líneas verticales es más fácil de distinguir visualmente que en las horizontales.
Nótese que no es tan importante la visualización de la línea como la de la
relación que guardan las líneas entre sí. También es importante la sensación de
ingravidez que producen. Las líneas horizontales pesan, mientras que las
verticales se alzan con ligereza. En el quimono la cosa es más compleja porque
cuenta también la constitución corporal de la mujer y las relaciones que
guardan las líneas de la pieza exterior principal del vestido con el estampado
del obi, la faja ancha de tela algo
más gruesa que se ata por la espalda.
Sin entrar en detalles, en los tejidos son más descriptivas
del concepto relacional de iki las
líneas geométricas que las curvas, y entre aquellas, las verticales paralelas
visualmente distinguibles (no los tejidos «mil rayas»).
Por otra parte, los
diseños no geométricos difícilmente dejan ver las relaciones formales, y tienen
por ello más dificultad en servir de vehículo de expresión de lo iki. Esta posición de Kuki es realmente
sorprendente si consideramos, por un lado, la importancia que la pintura
figurativa tiene en la tradición del arte plástico japonés, y por otro la
profusión de dibujos naturalistas de gran calidad que aparecen en tejidos y
elementos de arquitectura interior -paneles correderos, pantallas de linterna, kakemonos5-,
especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XVI6.
Quimonos de estampados geométricos |
Los colores más apropiados para la expresión de la seducción
de la que Kuki nos habla han de ser necesariamente poco intensos y saturados,
preferiblemente tonalidades de gris, marrón y azul.
Cualquier color que pierda
saturación tiende hacia el gris, y el gris es el color del desapego y la
renuncia. En general, en toda la era Tokugawa (o período Edo) proliferaron en
los vestidos colores como el gris pardo, el plateado pardo o el gris azulado,
pero por encima de éstos destaca un color que ha producido una locución como
esta: «Uno cae enamorado ante las faldas edoítas de color marrón té»7.
¿Qué tipo de color es el marrón té? En Japón hay muchas variedades de té con
distinta coloración. Kuki admite que el marrón té tiene innumerables
tonalidades, para las cuales durante el periodo Edo se desplegó un riquísimo
vocabulario.
Lo esencial es que los colores del té tienen bastante brillo pero
escasa saturación; el brillo expresa la atracción fina y cortés, mientras que
la baja saturación le da el toque de desapego que requiere lo iki. En términos generales, los colores
fríos son más elegantes que los cálidos, por eso el índigo y el azul oscuro,
como el marrón verdoso o el verde aceitunado, son colores apropiados para la
expresión artística de ese idealismo moral del guerrero y de esa actitud de
antirrealismo budista que acompañan a la seducción cuando se da el fenómeno iki.
Quimonos masculinos de la era Tokugawa |
Quimono de color marrón té |
La interpretación que Kuki hace de los colores en relación
con su trama de conceptos es, como puede apreciarse, sumamente especulativa. No
ocurre lo mismo con su análisis de la arquitectura, donde encontramos mayor
concreción.
La casa tradicional japonesa es un espacio único en el que
los shôji, paneles de papel
revestidos de una cuadrícula de listones de madera, separan las distintas
estancias de una forma que puede cambiarse a placer.
Dichos paneles portátiles
forman tabiques móviles, llamados fusuma,
que permiten crear espacios mediante puertas corredizas en función de las
conveniencias del momento. En torno a la casa hay un pasillo de madera, engawa (縁側), que hace las veces de
espacio intermedio entre el exterior y el interior de la vivienda: ni es un
vestíbulo ni una terraza, sino una prolongación de la casa cuando se abren sus
paneles exteriores. El espacio vital de la casa se extiende, de este modo,
hacia el exterior, desdibujando sus límites con el jardín.
Pese a que la
vivienda tradicional está ligeramente elevada sobre el suelo y visiblemente
este pasillo forma parte del armazón de madera de la construcción, el engawa no está ni dentro ni fuera:
protegido por el alero del tejado, es una especie de porche o antesala que
logra un admirable efecto de integración de la vivienda en la naturaleza.
Casa tradicional japonesa |
Pasillo exterior de la casa japonesa |
Kuki destaca precisamente esta cualidad de la arquitectura
japonesa: la de significar la relación. Relación entre interior y exterior, en
primer lugar. Pero también relación entre los distintos materiales que se han
usado desde tiempos inmemoriales, sobre todo la madera y el bambú. Y relación
de contraste formal entre el suelo plano y el alero curvo del tejado.
Todos los
elementos de la casa tradicional están concebidos para dotar de sentido a la
relación entre espacios, materiales, formas, funciones y, en definitiva,
personas.
Contrastes entre formas y materiales en la casa tradicional japonesa |
A la importancia
de lo relacional hay que añadirle el valor de la austeridad. El estilo
rectilíneo de la arquitectura nipona es, según Kuki, de una «suavizada
austeridad» especialmente remarcada por la sobriedad del color empleado en los
materiales y la tenuidad en la iluminación. Lo relacional aquí es el valor
estético de la dimensión seductora de lo iki
(lo que él llama «causa material»). La austeridad sería el valor de sus otras
dos dimensiones: idealismo moral y antirrealismo religioso (la «causa formal»).
La última expresión artística no figurativa que se aborda es la música.
En música, lo iki se expresa en la
melodía y el ritmo de un modo peculiar: cuando producen desplazamientos. Los
desplazamientos son rupturas: melódicas, de tono, de ritmo o de acompañamiento.
Nos resulta imposible entrar en detalles de técnica musical8, pero
señalaremos el gusto de Kuki por las interrupciones bruscas de las frases
musicales repetitivas, por los breves silencios musicales intermedios o por los
cambios de notas agudas a notas graves, todo lo cual denota una
«remarcablemente amorosa cualidad relacional».
[1] Kuki, Shûzô (1930/2007), The Structure of "Iki". Reflections on Japanese Taste. Sydney, Power Publications, Pág. 118.
[2] Es significativo que el libro de Kuki, cuya primera
edición apareció en dos entregas sucesivas en la revista Shisô (Pensamiento) en enero y febrero de 1930, vaya dirigido
especialmente a un público japonés con el propósito de ofrecerles una
hermenéutica de su propio «ser étnico».
[3] De hecho, en su análisis conceptual, Kuki hace
constantes referencias literarias sirviéndose de ejemplos concretos.
[4] En esta pintura, una criada que aparece en posición
agachada cogiendo una linterna se vuelve hacia su oiran para preguntarle algo, mientras ésta, una figura de cuerpo
estilizado hasta el extremo, mantiene una actitud en la que parece
completamente absorta en sus pensamientos. Gian Carlo Calza la describe así:
«Un aspecto de su capacidad seductora es la manera en que se muestra, como
perteneciendo a una esfera diferente de la habitada por el común de los
mortales, incluyendo aquellos que desean encontrarse con ella y poseerla; y eso
lo enfatiza el fondo de polvo dorado, que le presta a la figura un aura
cuasi-divina». Calza, G. C. (2007), Japan
Style, London, Phaidon Press, p. 51. Véase la ilustración junto al texto.
[5] El kakemono
(掛け物) o kakejiku (掛け軸) es una pintura
que se despliega verticalmente en un soporte de papel enrollado y se ubica
normalmente en el tokonoma (床の間), un
pequeño espacio reservado para la decoración del interior de la casa
tradicional japonesa donde a menudo se colocan arreglos florales o un bonsái.
En el kakemono aparecen con
frecuencia imágenes de la naturaleza, como también caligrafía artística.
[6] Calza, G. C., Op.
cit., p. 191.
[7] La cita es de Chôji Nakauchi en Sato no Iro-ito. En japonés se usa la palabra chairoi, literalmente «color té» para referir el marrón, pero Kuki
emplea aquí el término kasshoku, que
se distingue del anterior.
[8] La música tradicional japonesa, interpretada con
instrumentos como el koto, el shakuhachi, la biwa o el shamisen, posee
escalas musicales propias y estándars melódicos que poco tienen que ver con la
música occidental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario