miércoles, 7 de enero de 2015

La estructura extensional: refinamiento y distancia

Seguimos de la mano de Shûzô Kuki para esclarecer ahora la relación que otros términos estéticos guardan con el concepto de iki. La trama de relaciones semánticas es complicada y Kuki traza una curiosa geometría de conceptos que revela sus implicaciones mutuas. Aquí ofreceremos una visión sumaria de estas implicaciones y enseguida pasaremos a describir cómo todo ello se manifiesta en la expresión natural y artística.
         Tenemos cuatro pares de adjetivos principales que se relacionan con el de iki y que permiten vislumbrar hasta dónde se extiende su influencia.
          En primer lugar, «refinado-grosero» (jôhin-gehin). La elegancia refinada no tiene necesariamente que ver con la seducción; es posible, por ejemplo, hablar de la elegancia refinada de una monja budista que está en sus cincuenta años1. Sin embargo, cuando a la seducción le falta refinamiento (una cierta elegancia), fácilmente se convierte en una grosería que cae en las antípodas de lo iki. Pero si el refinamiento en la seducción es exagerado, acaba siendo también grosera. Lo iki se sitúa, pues, en la línea que va del polo del refinamiento al de la grosería en un cierto sentido: «cuando al refinamiento le añadimos algo, se convierte en iki, pero si ese mismo algo es añadido más allá de cierto punto, deviene grosería»2. Kuki no deja claro qué es ese algo. Interpretamos que aquí, algo, es, en un sentido preciso, el primer ingrediente apuntado en la definición de iki: la seducción. Pero es, no lo olvidemos, un ingrediente material que no cabe concebir sin su forma. Por tanto, estamos hablando de una modalidad de la seducción; de algo así como una seducción elegante y distanciada. O, empleando los términos anteriormente descritos, una seducción con valiente compostura y desapego emocional.
         El segundo par de adjetivos es «vistoso-sencillo» (hade-jimi). Lo iki es una excelencia en el gusto que oscila también entre estos dos polos, y como en el binomio anterior, aquí es la seducción la que se halla implicada de una peculiar manera. Es iki la activación de la coquetería hacia el otro, y esta relación activa requiere del impulso de la vistosidad. Ahora bien, la pretensión de la vistosidad puede igualmente ser llevada demasiado lejos, desplazando la seducción hacia el arrabal de lo ridículo o lo grosero. La cuerda es, aquí, convenientemente tensada por el desapego emocional. Gracias a un sereno escepticismo hacia la implicación de las emociones, el impulso de la vistosidad no alza excesivamente el vuelo. De ahí la ocultación de la mujer tras el velo semitransparente que observamos en algunos grabados ukiyo-e. Kuki describe este papel de ajuste del desapego como una suerte de sabi3.
Escena de la novela Genji Monogatari. Ukiyo-e
de Hiroshigue (1852)
        Otra polaridad que contribuye a matizar el iki es la del par «mundano-convencional» (iki-yabo). Aunque el término para el primer polo es también iki, Kuki usa otra variante escrita4 que traducimos como mundano en el sentido de cosmopolita, distinguido y exquisito, por oposición a lo convencional y lo pueblerino. La modalidad de seducción que representa lo iki es una disposición que comporta un conocimiento del mundo de los sentimientos humanos en general (y de los que se viven en las relaciones heterosexuales en particular). Esta familiaridad con lo mundano le permite a una geisha madura y profesional considerar que la maiko joven y advenediza carece de iki. En este ejemplo hay un juicio de valor sobre la esfera pública en la que se muestran las relaciones entre hombre y mujer, y eso es precisamente lo que aporta esta nueva polaridad al concepto: lo iki tiene un sentido valorativo. Si se califica algo con la expresión iki, se está lanzando un juicio de valor sobre un modo de comportarse públicamente en el dominio de las relaciones heterosexuales.
     La última pareja de adjetivos es «áspero-dulce» (shibumi-amami). Cuando sentimos la aspereza de algo, por ejemplo de una superficie en contacto con nuestro cuerpo, nos protegemos de ella. Pero lo áspero puede llegar a gustarnos, incluso hasta el punto de que nos hagamos dependientes de ello; el gusto japonés por los sabores ásperos (las huevas de algunos pescados o ciertas variedades de té) es un ejemplo de esto. Sin embargo, lo áspero marca una dependencia no activa con el otro. En efecto, cuando queremos conquistar el paladar de alguien no le damos a probar algo de sabor áspero o astringente (esa sensación mixta entre la sequedad intensa y el amargor); más bien le ofrecemos algo de sabor dulce. Al contrario de lo áspero, lo dulce marca una dependencia activa con el otro. La relación de estos dos polos con lo iki es también la de una línea continua en la que se produce una tensión, un tira y afloja. Lo normal en las relaciones de conquista es la suavidad de lo dulce. Pero en la seducción propiamente iki hay un toque de aspereza, lo que implica una cierta negación de esa dulzura, pues no sería iki si mostrara una dependencia activa. No hay ingenuidad en lo iki, sino escéptica sabiduría. Recordemos el tercer ingrediente de su estructura intensional: el desapego emocional. Teniéndolo en cuenta, podemos entender que Kuki diga, en su peculiar estilo: «cuando se rompen los “dulces sueños”, el iki, rico en conocimiento crítico, despierta. Ese iki adopta la forma de una “coquetería por la coquetería”, y se da entonces como “juego autónomo” en su posible “afirmación por la negación”»5. En definitiva, la compostura y el desapego alejan la seducción de toda dependencia activa del otro, de toda pegajosidad en la relación.


[1] Así aparece en la novela Shunshoku Ume-Goyomi, de Nakamura.
[2] Kuki, Shûzô (1930/2007), The Structure of "Iki"Reflections on Japanese Taste. Sydney, Power Publications, pág. 52.
[3] El término sabi (さび) difícilmente traducible, es un valor estético de primera magnitud que proviene del zen y se usa frecuentemente en poética. Fernando Rodríguez-Izquierdo lo describe de esta manera: «La expresión proviene de sabiru (oxidar). Es el sentimiento producido por un ambiente de soledad y quietud (...). Es la soledad en el sentido de desprendimiento budista, que lleva a ver las cosas en su espontaneidad, sucediendo por sí mismas. Unido a este sentimiento está el de la quietud que se experimenta por ejemplo en una larga tarde, o en una nevada». Rodríguez-Izquierdo, F. (1994), El haiku japonés, Madrid, Hiperión, pp. 218-219.
[4] 意気, que Clark traduce como chic.
[5] Kuki, S., Op. cit., p. 62.

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