domingo, 18 de enero de 2015

Zen: un budismo para la gente de a pie

De importancia crucial en la cultura japonesa, no es fácil dirimir si el budismo zen es más una religión que una filosofía o lo contrario. Se suele decir para solventar esta cuestión que no es ni lo uno ni lo otro, sino una corriente espiritual o un camino de liberación, una vía de iluminación, una actitud ante la vida o, simplemente, un «despertar» ante la realidad. Hay numerosas variantes del zen e interpretaciones distintas de cada una de ellas, así que lo más recomendable es dejar de poner etiquetas y tratar de comprender el fenómeno dentro del contexto de la sabiduría oriental. Lo mismo podría decirse para el vedanta, el yoga, el taoísmo o el confucianismo. Todas ellas son corrientes culturales que se desarrollaron inicialmente en forma de especulación teórica escrita, pero que pronto encontraron vías prácticas de realización a través de técnicas de meditación o actitudes específicas, y de las que han derivado rituales, doctrina religiosa y en algunos casos organización monástica.
           En el caso del budismo zen, cabe destacar su origen chino. Las más importantes escuelas zen se originan en China en la era Tang (siglos VII-IX) y sus enseñanzas se divulgan en la literatura religiosa durante la era Song (siglos X-XIII). Aunque tradicionalmente se considera que el fundador mítico (Bodhidharma, siglo VI) fue un indio que viajó a China, los primeros maestros del zen, llamados «patriarcas», fueron chinos. Como dijo Daisetz Teitarô Suzuki, el zen es una revolución china contra el budismo indio.
Daistetz Teitarô Suzuki
Una revolución tranquila y sensata, podríamos añadir, que sólo pudo hacerse gracias a la existencia de dos culturas bien arraigadas en la China de entonces: el confucianismo y el taoísmo.
Por un lado, desde el clima cultural que había facilitado el confucianismo vigente en la China del período Tang, el budismo recientemente introducido tenía que ser entendido de una manera bastante menos rigorista que como se había difundido en su lugar de origen, la India. El confucianismo es una doctrina social pragmática, favorable a las convenciones, a la cortesía y al cumplimiento de los deberes filiales; es al mismo tiempo una visión humanista de la vida, contraria a toda forma de fanatismo basado en ideales o en supuestas verdades metafísicas. Una de las ideas clave del confucianismo dice así: «Es el hombre quien hace que la verdad sea grande, no la verdad lo que engrandece al hombre». Ya desde este postulado podemos vislumbrar cómo la cultura china modeló el budismo indio rebajando sus aristas, haciéndolo más propicio para el común de los mortales, más asumible para gente que en lugar de renunciar a los placeres de la vida, en lugar de convertirse en un asceta o un santo, prefería vivir con su trabajo cotidiano y su familia. Gente que no estaba dispuesta a domeñar sus instintos y sus pasiones normales porque no veían nada malo en ellas.
Por otro lado, los primeros textos del budismo zen chino (budismo Chan[1]) están marcadamente influidos por el taoísmo filosófico. Frente al regulacionismo confuciano, el taoísmo defiende la espontaneidad del individuo y su inmersión en el curso de la naturaleza. En lugar de regular la convivencia social, pretende dar cabida a las aspiraciones de quienes, cansados de normas y responsabilidades, se desmarcan de la sociedad para vivir sin afectación, «dejándose llevar» (wu wei: no forzar, no planificar), sin someterse a la presión de las complicadas situaciones en las que los seres humanos nos vemos envueltos en el curso de nuestra vida, superando toda tensión y manteniendo una actitud de desasimiento mental que queda bien plasmada en esta frase de Chuang-tzu: «El hombre perfecto usa su mente como un espejo. No aferra nada, no rechaza nada. Recibe, pero no conserva». No hay que procurar conseguir nada, sino seguir el curso de la vida; no hay meta que alcanzar, no hay preceptos que cumplir, no hay culpas ni castigos, ni logros ni recompensas, sino únicamente el disfrute del propio fluir por la existencia. La arraigada presencia del taoísmo convertirá al budismo llegado a China desde la India en un camino fácilmente transitable que puede recorrerse desde una actitud mental casi ingenuamente desprovista de pretensiones intelectuales. Así pues, si la influencia del confucianismo hace del budismo una doctrina más al alcance de cualquier ser humano, la del taoísmo la convierte en una práctica antiintelectualista.
El budismo zen había llegado a China como un desarrollo del budismo Mahayana, que se expandió por el norte de la India hacia Oriente, a diferencia del Theravada, que lo hizo por el sur. En algunos textos muy antiguos del Mahayana ya estaba presente la idea de que caer en la pretensión de alcanzar la iluminación es caer en un círculo vicioso. Sobre todo en la filosofía de Nagarjuna (en torno al año 200 de nuestra era), conocida como Sunyavada o doctrina del vacío, se muestra la relatividad de cualquier posición metafísica. Intentar conseguir el nirvana es absurdo.
Representación de Nagarjuna
Si el nirvana es el estado de no aferrar con la mente, tratar de aferrarse al nirvana es obviamente autocontradictorio. Este escepticismo hacia la propia idea de «conseguir algo» marcará profundamente el budismo zen. Detrás de las muy citadas fórmulas mahayanistas «nirvana es samsara» o «el vacío es la forma y la forma es el vacío», se esconde toda una serie de paradojas que tienen un común aire de familia y que hablan de la imposibilidad de conseguir aquello que por definición sólo sobreviene cuando no se busca de manera deliberada. Actuar sobre la propia mente para intentar acallarla es absurdo. Si uno intenta no pensar en nada, ya está pensando en algo. Si uno se esfuerza incluso por aferrarse a la idea de que la mente es algo no substancial, impermanente, ya está anclando su conciencia en una substancia.
Lin Chi
Si uno entrega su vida a la búsqueda de la iluminación, en lugar de liberarse se condena, pues se ata a su propósito. Como dijo Lin Chi (en japonés, Rinzai):

«En el budismo no cabe hacer esfuerzos. Sé ordinario y nada especial. Descarga tus intestinos y tu vejiga, ponte la ropa, come tu comida. Cuando estés cansado, vete a acostar. Los ignorantes quizá se rían de mí, pero los sabios comprenderán»[2].

Unas palabras de clara resonancia taoísta. La actitud adecuada es la de soltar los pensamientos, pero sin tratar de esforzarse lo más mínimo en ello, sin tratar de alcanzar ningún estado especial o superior de espiritualidad, pues quien persigue voluntaria y esforzadamente la iluminación, queda preso del dictum de su propia mente. Ésta es la contradicción performativa, que siguiendo a Nagarjuna, denunciarán los patriarcas del budismo zen.
La paradoja es asimismo aplicable a la conciencia de la mutabilidad de los fenómenos que nos rodean (cuanto más cambiante se ve todo, más permanente se hace la idea de que todo es cambiante) y a la pretensión de negación del yo: la mente se afirma al intentar negarse. Es especialmente notorio en este último caso:­ cuanto más intenta uno convencerse de que la mente es un flujo de conciencia siempre cambiante, más se estabiliza la mente, pues ¿qué, si no la mente, es lo que está tratando de convencerse? Es ella la que sale reforzada por ser el sujeto del que se predica una cualidad (la impermanencia). La mente no se puede liberar de la contradicción performativa mientras persista en su intención.
La conciencia de la mutabilidad se libera de la contradicción únicamente cuando la mente se suelta de toda intención y cae, desprendiéndose de la estructura dualista que la conforma; me refiero a la estructura, que el budismo considera convencional, no ontológica, mente/realidad, sujeto/objeto o conocedor/conocido. No entra entonces en un estado de fascinación hipnótica o de trance. Tampoco en un estado de meditación consciente, ni siquiera en una conciencia de la absorción del sujeto por parte del objeto. Es una experiencia en la que, al no haber nada que conocer ni nadie para conocerlo, los procesos simplemente tienen lugar, ocurren, suceden en un «eterno ahora».
Ideograma de "Zen"
Dicha experiencia impersonal es el estado denominado de «No Mente». Pero los maestros del budismo zen reconocen que cuanto sucede en el estado de No Mente es de alguna manera recuperado desde la conciencia subjetiva individual. Y ésta ya no es, entonces, experiencia impersonal, sino experiencia sensible o perceptiva del sujeto: «Se trata de la obtención de un nuevo punto de vista para la contemplación del mundo»[3].
Soy consciente de que la experiencia «No Mente» requiere una explicación más asequible y en posteriores artículos me ocuparé de ello, pero ahora interesa destacar que el principal rasgo que distingue el budismo zen de otras formas de budismo es precisamente la recuperación del estado de «No Mente» desde la conciencia subjetiva individual. Es lo que hace especialmente compatible «el despertar» con la experiencia de la vida cotidiana, lo que lo hace asumible por cualquier mortal sin voluntad de convertirse en un iluminado: entrar en el despertar y recuperarlo desde la vida cotidiana no requiere ningún esfuerzo de negación de las pasiones humanas. El zen no promueve ninguna forma de ascetismo, ningún rigorista sacrificio de las inclinaciones, ninguna renuncia al sustrato emocional en el que vivimos inmersos los seres humanos. El precepto budista conocido como la «Segunda Noble Verdad», que afirma que la causa del sufrimiento y la frustración es el afán por aferrarse (el deseo, la pasión, la ansiedad), no es violado por el zen, pero sí interpretado con matices que recuerdan la filosofía taoísta de la que procede. Las pasiones no hay que reprimirlas, lo que no significa que se las ha de permitir expresarse a sus anchas sin limitación; más bien se trata de vivirlas en la vida cotidiana dejándolas fluir, adecuadamente canalizadas, desde la experiencia no dualista de fusión con (o inmersión en) esa fuerza vital que más allá de nuestra percepción y de nuestro conocimiento atraviesa la realidad en su conjunto.




[1] Una denominación que tiene su origen en la palabra sánscrita dhyana (en pali, jhana), que significa «contemplación» o «meditación».
[2] Lin Chi Lu, citado en Alan Watts (1957/2006), El camino del Zen, Barcelona, RBA, pág. 122.
[3] Daisetz Teitaro Suzuki, (s.f./1992), Introducción al budismo zen, Bilbao, Mensajero, pág. 137.

No hay comentarios:

Publicar un comentario